Ay, amor by Varias autoras
autor:Varias autoras [Desconocido]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: c0f0f07d8fa6d59326998337680fd476bd9bebc2
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Argentina
publicado: 2015-05-28T22:00:00+00:00
Mientras bajaba la escalera intentaba controlar sus pulsaciones. Estaba agitada, le temblaban las piernas y le costaba respirar. Todo habÃa sido tan intenso y repentino que aún no lo asimilaba.
Dos timbrazos más la volvieron a la realidad. Bajó corriendo los últimos escalones y se acercó a la puerta. Levantó la tapa de la mirilla y se asomó: lo que vio a través del vidrio la paralizó. Su corazón, que comenzaba a desacelerarse, arremetió nuevamente, queriendo escapar de su pecho, y sus rodillas volvieron a aflojarse. Detrás de la pesada puerta estaban sus padres y sus tÃos.
â¡Oh, Dios! ¿Por qué ahora? âse apoyó contra la pared y tomó aire. Volvió a arreglarse el cabello y la ropa, no querÃa que ellos supieran lo que acababa de ocurrir en la planta alta. ¿Lo notarÃan?
Unos fuertes golpes a la puerta la decidieron a abrir. Tomó aire, puso la mejor de sus sonrisas y abrió.
â¡Hija! âSu madre se abalanzó sobre ella y la abrazó. â¿Cómo estás? Estaba tan preocupada, tenÃa miedo de que ocultaran algo.
âHola, mamá âtambién la abrazó, mientras los demás ingresaban a la casa. Luego abrazó a su padre y a sus tÃos. â TÃa, lamento lo ocurrido âfinalmente, la tÃa de Gastón habÃa fallecido.
âGracias hijita, gracias. âOlga aún estaba sensible y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Marian no supo qué ni cómo dio las respuestas a tantos âpor quéâ pero en cinco minutos todos subÃan las escaleras en tropel.
Al abrir la puerta de la habitación, el panorama era completamente delatador. Gastón yacÃa recostado en la cama matrimonial que habÃa quedado abierta del lado que habÃa ocupado Marian. Era evidente que ella habÃa salido de allÃ, y lo que hizo Gastón fue la confirmación: no bien divisó a la comitiva, acomodó las mantas y cerró la cama.
Ante tal gesto, el rostro de Marian se tornó escarlata y recibió inmediatamente la mirada de cuatro pares de ojos. Gastón se percató del error y temió la reacción de Tony, mientras advertÃa la vergüenza que estaba sufriendo Marian. Sin embargo, como lo que los habÃa convocado ahà era la salud de Gastón, la tensión dio un vuelco. Olga se acercó a la cama indagando a su hijo entre preguntas y llanto.
Esa noche cada cual volvió a su casa. Marian tuvo que dar demasiadas explicaciones para que sus padres entendieran que entre ella y Gastón no habÃa ocurrido nada. No habÃa enojo en sus mayores, aunque sà preocupación.
Juan logró hablar con su amigo Luis, quien se encargarÃa de hallar a los delincuentes. UtilizarÃa las conexiones con sus ex compañeros del ejército.
Al dÃa siguiente, Gastón la llamó por teléfono. QuerÃa pedirle disculpas por lo que habÃa ocurrido.
âNo sé cómo disculparme, Marian, no quise que eso ocurriera âhizo una pausa, estaba nervioso
â. Nodebà hacerlo. Estaba durmiendo, me desperté, estabas tan cerca⦠me dejé llevar por la situación.
âEstá bien, Gastón, está bien âle costó articular las palabrasâ. Yo lo permitÃ.
âNo debà hacer lo que hice ârepitióâ. Perdóname.
Apenas pudo finalizar la conversación y cortó. Le dolÃa que él le pidiera disculpas, eso significaba que habÃa sido un impulso, nada más que un deseo. Y ahora no habÃa nada. Por un momento se habÃa ilusionado pensando que se gestaba algo verdadero en él. Sus disculpas le decÃan todo lo contrario.
Para él habÃa sido un error y se retractaba. El llanto la arrojó sobre la cama.
Ruidos del exterior otra vez. Motores que se encienden, otro disparo. Marian es un ovillo en el suelo, cada vez más pequeño. El miedo la paraliza, ni siquiera siente el dolor del cuerpo acalambrado por las sogas que la sujetan. Esa noche junto a Gastón es uno de sus más bellos recuerdos, quiere llevárselo en su viaje de muerte.
Luego de esa noche, sus vidas cambiaron de rumbo. Solo se veÃan cuando debÃan ir a identificar a algún sospechoso y el trato entre ellos se volvió distante. Marian extrañaba el tiempo en que eran amigos, mientras que Gastón se aturdÃa trabajando para poder mudarse pronto.
Su relación con Giselle iba en picada, ya no sentÃa deseos de ella y sabÃa cuál era la causa aunque no quisiera admitirla.
Fue con motivo de la cena de bienvenida de su hermana que volvió a verlo. Sintió que el corazón galopaba en su cuerpo, estaba tan apuesto como siempre y ya no cojeaba a causa del disparo.
Comieron y luego los hombres jugaron cartas, como era su costumbre. Al atardecer, Marian decidió irse. Se levantó del sillón y anunció que se iba.
âTe llevaré. También me voy âdijo Gastón.
El viaje fue en medio de un silencio embarazoso, un muro de incomodidad se erguÃa entre ambos.
Llegaron a la casa, y él apagó el motor.
âGracias por traerme âse inclinó para saludarlo.
âMe voy al sur âanunció él, de repente.
â¿Qué? âcreyó haber oÃdo mal.
âMe voy al sur. Eres la primera en saberlo âla jovencita se inquietó y no supo qué decir. Temió que su expresión la delatara. âVoy por trabajo. Tengo que proyectar unas cabañas. Hace casi seis meses que me hicieron el encargo y lo venÃa dilatando por distintos motivos. Si no viajo ahora, se lo darán a otro.
Ella seguÃa muda pese a que querÃa preguntarle tantas cosas.
âCon la paga podré amoblar y terminar mi departamento.
âMe alegro âmintió.
âMe voy el jueves.
â¿Te irás por mucho tiempo? âMarian no pudo evitar hacer esa pregunta.
âEl tiempo que sea necesario, mÃnimo dos meses âla cifra sonó como una bomba en los oÃdos de la muchacha. ¡Dos meses sin verlo! Era demasiado. âEl avión saldrá a las nueve de la mañana,
¿vendrás a despedirme?
âNo âfue rotunda y lo sorprendió.
â¿No? ¿Por qué?
âNo soporto las despedidas âdesvió los ojos hacia la calle.
âMarian, no iré a la China âbromeó él, advirtiendo su angustia.
âNo importa, no me gustan las despedidas, siempre lloro.
âComo quieras, no te obligaré âdijo en tono comprensivo.
âDeseo que tengas buen viaje âreplicó frÃamente.
Se inclinó, le dio un beso en la mejilla y bajó de la camioneta. Entró en su casa, sin volverse. De haberlo hecho, él hubiera visto que su cara estaba bañada en lágrimas.
Gracias a la ayuda de Luis habÃan detenido a un sospechoso, y Marian tuvo que ir a identificarlo. Su padre la acompañó, y allà encontraron a Gastón. Luego de la rutina, ambos confirmaron que era Paco.
Marian rehusó la invitación para la cena de despedida de Gastón, y sus padres partieron sin ella.
A Gastón le molestó su ausencia y, cumplidos los rituales del postre y del café, anunció que se iba, dejando a la familia en la creencia de que irÃa a despedir a esa joven con quien salÃa.
Pero Gastón se halló conduciendo a la casa de Marian. Ella lo recibió descalza y envuelta en un pijama azul. A juzgar por la escenografÃa, estaba acostada en el sofá, a oscuras, viendo una pelÃcula.
â¿Qué haces aquÃ? âpreguntó, saliendo de su desconcierto.
âDado que no fuiste a despedirme, tuve que venir. âLa siguió hasta el sillón y se sentó junto a ella.
âTe dije que no me gustan las despedidas âestaba triste.
âNo puedo irme sin despedirme de ti âMarian advertÃa que él era sincero.
Se acercó más a ella y le tomó las manos. Marian comenzó a aflojarse. ¿Por qué habrÃa aparecido?
HabÃa decidido empezar una nueva etapa, olvidándose de él. Y él aparecÃa a destruir esa coraza que habÃa empezado a forjar.
âNo quiero que estés triste âMarian parpadeaba para contener las lágrimas. Ãl lo notó y la abrazó con ternura. Ella no pudo aguantar y rompió en llanto sobre su pecho. âNo llores, pequeña, no llores âGastón le acariciaba la cabeza y la espalda.
âNo quiero que te vayas âconfesó entre sollozosâ. Voy a extrañarte.
âYo también voy a extrañarte. Sin embargo, no puedo evitar irme. Lo dilaté cuanto pude; si no viajo, perderé la oportunidad. Significa mucho para mÃ. Tengo planes para el futuro, planes que no podré concretar quedándome. âGastón le hablaba con dulzura, como si fuera una niña, sin dejar de acariciarla. Poco a poco la jovencita fue calmándose y dejó de llorar. Se quedaron abrazados y en silencio un buen rato.
Estaban muy cerca el uno del otro. Ãl la miró a los ojos y quedó prendado de ellos. Se acercó lentamente, sin dejar de mirarla, y la besó con ternura, apoyando sus labios sobre los de ella, que de inmediato se abrieron. La lengua masculina la acarició con avidez mientras sus brazos se ceñÃan en torno de su cintura.
De repente, el hombre se detuvo y se puso de pie, como impulsado por un resorte. Se llevó las manos a la cabeza, en un gesto de nerviosismo. Marian quedó desconcertada por su actitud, veÃa a Gastón luchar consigo mismo. Se incorporó y mirándolo al rostro le dijo:
â¿Qué pasa? ¿ Por qué empiezas algo y luegoâ¦? âno pudo continuar.
âPerdóname, estoy confundido, perdóname. Tengo que irme âdijo, enfilando hacia la puerta.
âMe lastimas con todo esto.
âLo sé. No volverá a ocurrir âse acercó a ella, le dio un beso en la mejilla y se fue dejándole el alma suspendida entre hilos de dolor.
Una vez más, Marian se vació de lágrimas sobre el sillón.
El dÃa que Gastón se fue recibieron la noticia. Paco habÃa aparecido muerto en su celda. Los periódicos decÃan que habÃa sufrido un paro cardiorrespiratorio. Ellos sabÃan que eso no era cierto.
Luis, cuyos contactos le habÃan proporcionado información fidedigna, les confió que alguien lo habÃa estrangulado en las duchas.
La noticia revolucionó a ambas familias, que volvieron a temer por su seguridad. Se hallaban frente a una gran organización delictiva cuyos alcances eran muy poderosos.
Marian continuó con su vida, que se habÃa teñido de gris ante la ausencia de Gastón. Faltaba una semana para el inicio de clases, el verano se habÃa esfumado sin disfrutarlo a pleno como años anteriores. En dos meses cumplirÃa años, y Gastón no estarÃa.
Pese a su desánimo aprobó el examen para el que tanto habÃa estudiado y aceptó nuevamente las invitaciones de Gustavo. Si bien el muchacho no la hacÃa sentir lo mismo que le provocaba Gastón, era atractivo e interesante.
La investigación estaba detenida, y ambas familias retomaron sus vidas sin dejar de lado las precauciones.
Llegó el dÃa de su cumpleaños, habÃa organizado una cena Ãntima con sus padres, su hermana y sus tÃos. Luego saldrÃa con Gustavo y sus amigos.
Esa tarde, cuando arribó de la facultad, halló en la mesa del comedor un enorme ramo de rosas rojas. Se acercó, sonriendo, suponiendo que eran de su padre. La tarjeta decÃa: âDeseo que seas muy feliz en este dÃa tan especial. Con todo mi cariñoâ. No tenÃa nombre.
Sara salió de la cocina y la abrazó.
â¡Feliz cumpleaños, hija!
âQué hermosas rosas, mamá, papá siempre me sorprende.
â¡Hija! Estas no son flores que envÃa un padre⦠âsonrió la madre.
â¿Y quién si no?
âSi no lo sabes tú. âSara sonrió con picardÃa.
Marian supuso que eran de Gustavo, ya le preguntarÃa. Escogió un hermoso recipiente de vidrio y colocó el enorme ramo en el centro de la mesa del comedor.
La intriga por las rosas continuó hasta la noche, cuando sonó el teléfono.
âFelicidades âla voz que escuchó al otro lado de la lÃnea la paralizó un instante, y al segundo, su corazón parecÃa un pájaro descontrolado luchando por escapar de la jaula que era su pecho.
Era Gastón. Se sorprendió de que se acordara de ella estando tan lejos.
âNunca me olvido de ti âla rotundidad de sus palabras la hizo estremecerâ.
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